viernes, 4 de diciembre de 2009

El magnetismo del polluelo

Nunca fue suficiente tentar a la suerte para que la misma cayera de mi lado. La suerte no es un factor apriorístico, uno no puede contar con que aparezca en un punto de la trayectoria y te ayude a eyectar tus efluvios. Además la percepción de la suerte no siempre resulta objetiva. Y más aún si la pautamos temporalmente.
Ganar la lotería puede considerarse un signo de suerte. Sin embargo y con el tiempo uno puede concatenar una serie de acontecimientos desgraciados que le hagan percibir que la lotería fue en realidad la desencadenante de una cadena de infortunios. Lo mismo puede decirse de descubrir petróleo en Guinea Ecuatorial.
La causalidad también es conocida a veces como suerte. Sin embargo son los actos que acometo los que provocan los eventos futuros y no un sino concertado. Si aquel día conocí a aquella mujer fue porque fui a aquel sitio por una serie de motivos lógico-conscientes o aleatorios. El que ella se hallara en mi punto de destino trae su causa de que ambos fuimos allí. ¿Puede llamarse a eso suerte? En caso afirmativo no dejaríamos de estar ante una percepción extremadamente subjetiva del devenir de los aconteceres.
La casualidad también suele asociarse a la suerte. De las incontables casualidades que sufrimos a lo largo de los días solo denominamos suerte a aquellas que nos aportan un beneficio o un placer. Es injusto, pero lo consideramos suerte. Encontrarse con un conocido en el supermercado nos deja indiferentes. Si nos encontramos con una ex-pareja sentimental sin embargo, aludiremos a la existencia de buena o mala suerte en función de como acabara aquella relación y del cariño que subsista.

Son innumerables los tratados que se han escrito sobre el azar, el caos y la suerte. La suerte aparece a veces envuelta en un halo de negrura, como una conspiración de casualidades, configuradora de un destino preescrito y prescrito.
En ese contexto -de leyenda negra- es donde se suele insertar la historia del polluelo, de ese tipo recién llegado a un lugar nuevo al que parece salirle todo al revés; como si un extraño magnetismo le atrayera hacia las situaciones que evidencian su inexperiencia o lo abocan al ridículo público o privado.
Yo siempre he sido uno de esos polluelos con nefasta suerte (o concatenación de casualidades) para mis debuts institucionales o sociales. Siempre he gozado de un magnetismo exarcerbado para con la mala suerte de comenzar nuevas empresas.
Dos ejemplos. El primer día de Instituto, en la primera clase, fui expulsado a los dos minutos por un comentario inoportuno que casualmente escuchó la profesora.
Nada más iniciar la Universidad se me acercaron unos tipos, e ingenuamente trabé relación con ellos, creyendo que reportarían grandes emociones a mi vida. Y fíjate por donde aquel magnetismo de polluelo arrojó hacia mí a un ser ratuno y a un abuelo pseudo-uruguayo que me persiguen hasta la muerte y centran el núcleo gordiano de mis más siniestras y huesudas pesallidas.
A veces escribo sobre la suerte sin creer en ella y sin ser consciente de que conservo intacto ese magnetismo de polluelo embadurnado de sus aciagas consecuencias.

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