martes, 16 de octubre de 2012

El Padre


Después de mucho titubear, decidió visitar a su padre. Era consciente de lo que podía encontrar. Reunió, no obstante, el valor suficiente y pensó egoístamente que si su padre moría pronto, seria incómodo vivir con la carga de haberlo ladeado de su vida. Era una cuestión práctica. Este pensamiento lo atormentaba, tenía una especie de malestar por sentir este egoísmo extremo hacia quién un día fue su héroe.

La casa estaba bastante deteriorada. Las manchas de humedad llegaban hasta las ventanas. Las tonalidades marrones y grises predominaban y había varias tejas rotas que ni se había molestado en arreglar.

Llamó a la puerta y su padre no tardó en abrir. Probablemente lo vio llegar.

Estaban nerviosos.

Entró en la casa tras un tímido saludo y se sentó. No hubo besos ni abrazos. Simplemente apretó el brazo de su padre y pasó directamente al salón. La chimenea estaba encendida y el ambiente olía a desagüe. Había cierto desorden que le era familiar. Su padre llevaba una camisa a cuadros que había sido suya y un pantalón gris. Usaba unos zapatos marrones muy viejos y gafas rotas unidas con cinta adhesiva.

La tristeza se adivinaba en los dos, se habían faltado al respeto, se habían decepcionado el uno al otro.

Mientras hablaban de banalidades, pensaba en como eran antes de que empezara todo, antes del desmoronamiento.

Fumaron unos cigarrillos mientras algunos chismorreos del pueblo, el trabajo y la situación socioeconómica del país rellenaron mas mal que bien el tiempo que se había propuesto invertir en recuperar a su padre. Estaba angustiado como nunca antes, una mezcla de miedo y angustia , una torpeza anormal tanto física como mental le tenía paralizado. Ya no había vuelta atrás, esta situación estaba contemplada y el riesgo estaba asumido.

A medida que avanzaba la conversación se fueron aflojando los nervios pero no lo suficiente para preguntarse por ellos mismos, por cómo estaban, por lo que sentían cuando iban a la cama y lo que pensaban cuando empezaban otro día.

Mantuvieron la distancia en todo momento. No obstante, fue el único de sus cinco hijos que lo visitó. Pensaba que aquel era un buen comienzo a pesar de todo, a pesar de la frialdad y de los tonos grises de la casa, de los ojos tristes de su padre, de las latas de conserva utilizadas como bebederos para los perros, de las briznas de tabaco esparcidas por el suelo y el sonido metálico de martillazos a lo lejos.

Hubo algo que le decía que aquello estaba bien, y que debería seguir. La voz de su padre cambió durante la visita, aquella voz que le tranquilizaba, la voz de quién le regalaba tebeos cuando era niño y quien perdió los nervios en el otoño de su vida. La voz de alguien que merecía ser perdonado. Desde luego aquel hombre merecía ser perdonado.

Cuado salió de casa sintió cierto alivio. Supo que aquella noche descansaría otra vez. Los tonos oscuros de la casa se mezclaban con la puesta de sol.

Se despidieron sin tocarse y quedaron para otro día, sin definir.

Subió a su coche mientras miraba alrededor , dando un último vistazo a lo que había sido su casa durante toda su vida. Le conmovió la tristeza reflejada en la cara de su progenitor, probablemente temiese que no hubiera una segunda visita. Con un tímido saludo con la mano se despidió. Sintió ganas de llorar pero se contuvo hasta salir del callejón. No era nadie, tras la apariencia de seguridad y suficiencia se ocultaba un adulto con los sentimientos de un niño aun por madurar, por hacer.