viernes, 11 de diciembre de 2009

Algaradas climáticas

No cabe duda de que los científicos afirman que nos encontramos ante un cambio climático en el planeta, de consecuencias impredecibles. Desconozco el grado de verdad que esconden las afirmaciones cataclísmicas acerca de mutaciones irreversibles sobre la faz de la tierra, los océanos, los polos y la atmósfera. Desconozco incluso el grado de influencia que la actividad humana -su constante maltrato de los recursos naturales y la degradación que provocan sus residuos- pueda tener en la cristalización de esa crisis climática. Algunos científicos expresan que el posible cambio se debe exclusivamente a la existencia de ciclos geológicos naturales en las edades de la tierra.

La desertización provocada por la tala de árboles y la sobreexplotación de los recursos hídricos, las emisiones masivas de CO2, el consumo desmesurado de energía y la inversión atroz de insumos en su generación, el efecto invernadero provocado por la emisión de gases, el agotamiento de especies animales, especialmente marinas, la roturación excesiva de tierras para producción de alimentos, los vertidos de petróleo y de sustancias metálicas en las extracciones mineras, los residuos nucleares y un amplio etcétera de acciones humanas -o derivadas del comportamiento colectivo de la sociedad humana- pueden no tener nada que ver con el fenómeno denominado cambio climático.

Carezco de nociones científicas para hacer aseveraciones rotundas en uno u otro sentido, pero lo que parece obvio es que los fenómenos que he citado ocurren. Suceden cada día, semana tras semana, mes tras mes. Y no cabe duda que forman parte del modo de vida de las sociedades humanas de este mal llamado siglo XXI.

La cuestión no es tanto si vamos a provocar un cambio de ciclo geobiológico autodestructivo; no tengo problema alguno al respecto. Nunca he albergado duda alguna de que el animal humano es un depredador sin límites, que actúa como tal, y que por tanto es incapaz de frenar su proceso de canibalismo socio-planetario, cuya especialidad es haber establecido una cadena de predación sobre manadas menos sofisticadas o poderosas. La cuestión tampoco se centra en si la especie será capaz de construir una ética universal asentada en un cambio de relación con el medio natural que conduzca al planeta hacia la paz biológica y medioambiental y permita el desarrollo natural de los procesos geológicos. Doy por descontado que eso es imposible. A lo más que podemos aspirar es a crear una conciencia que será útil para unos cuantos. Podremos asentar algunas prácticas cotidianas en ese sentido. Pero nunca triunfó una ética universal basada en la defensa del colectivo ya que los predadores más poderosos siempre tuvieron capacidad para imposibilitar su teoría, su praxis y su extensión crítica.

La cuestión reside por tanto en apreciar la incontinencia. En entresacar los entredichos. En concatenar los contrasentidos para poder un día no lejano regresar a una tribu autosuficiente en la que construir una atalaya para disfrutar del irreversible proceso de desaparición de la especie humana. He aquí algunos de los dogmas del mundo actual: crecimiento económico igual a progreso, rechazo de las corrientes neomaltusianas, ausencia de ética en el trasiego de capitales -paraisos fiscales incluidos-, la insoportable liviandad de las mil familias que controlan el planeta. La brutalidad que implican esos dogmas se escapa incluso a la comprensión que podamos tener del mundo. La brutalidad de la asepsia ética del mundo en que vivimos no es siquiera perceptible por los sentidos ni imaginable por la razón. Esa brutalidad criminal, y paroxísticamente palpable, no puede ser contemplada sin provocar un estallido de la masa cerebral. No cabe duda que esa brutalidad nos acerca y de qué modo, al carácter del dios monoteísta que merodea por la humanidad encarnando el ideal de predación.

Solo puedo decir una cosa más: "Yo no valgo mucho, pero es fácil comprender que los problemas de tres pequeños seres no cuentan nada en este loco mundo"

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