sábado, 26 de diciembre de 2009

La defensa de Pedro Gori (1)

En los meses de mayo y junio de 1894 se celebró en Génova un juicio masivo contra 35 acusados. Estudiantes, artistas y obreros. Todos ellos se encontraban en la sala de vistas encerrados en una jaula y ampliamente protegidos por un doble cordón de gendarmes, bayoneta en mano.
La acusación común a los 35 encausados -capitaneados por Luis Galleani- era la de pertenecer al movimiento anarquista o anarco-socialista, implicando en consecuencia una grave amenaza para la sociedad. En méritos del artículo 248 del código penal se les acusaba de diversos delitos contra la administración de justicia, la fe pública, la incolumidad pública, las buenas costumbres, el orden y las familias, las personas y la propiedad.

La tarde del día 2 de junio de 1894, en una sala con sus tribunas abarrotadas de público, entre ellos abogados, magistrados y estudiantes, tomó la palabra el abogado de la defensa, Pedro Gori, que unos días antes había sido absuelto del delito de pertenencia a banda anarquista, probablemente para que pudiera ejercer la defensa de aquellos 35 bandidos.

Su discurso ante el tribunal fue de una emotividad asombrosa; se declaró a sí mismo socialista anarquista, acusó de hipócrita al orden burgués que los juzgaba estableciendo un paralelo extraordinario entre ellos y Jesucristo, y enunció dichos de los padres de la iglesia que asombraron al público. Culpó a la sociedad opresora que perseguía a aquellos obreros luchadores de intentar perpetuar un régimen profundamente injusto. Habló de cambiar el mundo. Habló de una sociedad en la que unos pocos disfrutaban a su antojo de las tierras, de los bienes producidos, de los lujos, mientras una gran mayoría apenas podía mantener a sus familias. Habló de la necesidad de cambiar esa situación. Argumentó que también la libertad requería de libertad. Habló de anarquía.
La base jurídica de su alegato fue que se acusaba a aquellas personas de un delito intencional, sin que nada hubieran hecho más que ser anarquistas. La prohibición de castigar por meras intenciones ya existía en el código penal de la Italia de finales del siglo XIX.

La belleza de ese discurso aún me conmueve. Cuando terminó su exposición los aplausos fueron ruidosos y prolongados y el presidente del tribunal no pudo reprimirlos. Una multitud gritaba en la calle ¡vivan los malhechores amados!

Todavía hoy el discurso de Pedro Gori es usado como manual por los herederos del movimiento socialista anarquista, para practicar la defensa de los acusados de revolucionarios por el orden burgués.

No puedo sino recomendar su lectura, aunque no me resisto a volcar a este blog unos extractos de su contenido.

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