viernes, 30 de octubre de 2009

El pizzadicto fotófobo

Aquel tipo vivía obsesionado con sus desmayos nocturnos. Frecuentemente le sobrevenía un cansancio insoportable y le flaqueaban las piernas hasta el punto de necesitar dejar caer su cuerpo en pleno sobre una superficie fija. Y desde ese estado de reposo le resultaba agónico contactar con la realidad exterior.
Se identificaba con "El crepúsculo de los dioses" ,de Billy Wilder, porque se reconocía en esa voz en off de un muerto (William Holden) narrando la consabida historia de una diva del cine mudo venida a menos con la llegada de los años y del sonido.
Él también se sentía un diva venida a menos intentando comunicarse con sus compañeros de estancia una vez que había sufrido un arrebatador desmayo fruto del cansancio, el alcohol u otras causas desconocidas.
Había probado a combatir esa especie de shock anafiláctico de diversas maneras, efectuando pruebas con todo tipo de fármacos y sustancias.
Con el tiempo aquellos ataques no solo no remitían sino que a ellos se había añadido un nuevo fenómeno: la intolerancia a la luz. Una fotofobia rabiosa que solo aguantaba la emulsión de las tenues imágenes desprendidas del televisor.
Una madrugada, en casa de unos compañeros, y de modo fortuito encontró un milagroso método de combatir sus espacios en blanco.
Uno de sus amigos, que regresaba hambriento a casa, había traído de la calle una pizza comprada en un puesto callejero after hour. De repente se alzó, comenzó a devorar aquella pizza y a recobrar las fuerzas. Se encontró fuerte de nuevo e incluso pudo hablar con los demás. Después le alcanzó un sueño reparador.
Desde aquel día su casa se llenó de pizzas, su trabajo también. En su mesilla de noche siempre había una pizza lista para ser engullida. Nunca salía de casa sin una bolsa que contuviera una pizza fría. Cuando notaba el menor desfallecimiento tomaba una ración de pizza y cómo nuevo. En el cine, en la discoteca, en los grandes almacenes no era extraño verle pretextar ir al baño y arrinconarse a engullir su necesario bocado de pizza.

Cada vez se sentía más cercano a William Holden, porque su conciencia actuaba como una voz en off que le permitía asistir a espacios de vida de los que antes no tenía noción alguna ya que quedaba sumido en el limbo blanco de la semi-inconsciencia.

El único síntoma que la pizza no le hizo superar cuando era atacado por esos singulares arrebatos fue el de la fotofobia, especialmente en el territorio de la madrugada. Por eso y desde entonces él mismo se siente como un paradigma del pizzadicto fotófobo.

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