El cine de la última década, necesitado de tácticas
llamativas para llenar sus salas se ha entregado a las grandes catástrofes, la
ciencia ficción más vacua, y los rimbombantes remakes de éxitos de cine de género. Casi todos los superhéroes de
comic han conocido su trasposición a la pantalla y las grandes épicas de la
recreación histórica se han visto plasmadas en las salas de cine. Los
extraterrestres nos han visitado insistentemente y el artificio y el fuego
artificial se han impuesto a la calidad cinematográfica en demasiadas
ocasiones. Por contra géneros como el western, el musical o el cine negro
prácticamente han desaparecido, dando paso a complejos y abigarrados thrillers y a continuos biopics.
La ciencia ficción ha manejado
títulos tan significativos como “Avatar,
2009” del experto en taquillazos James Cameron, reivindicación pretendidamente
ecologista, plagada de color y tecnología, que se exhibe en tres dimensiones y
que esconde un guión de lo más rutinario. El género ha ofrecido pocas
atracciones y cabe destacar “A. I. Inteligencia artifical, 2001“ y “Minority report, 2002“ ambas de Steven
Spielberg, con dos sólidos guiones. Por lo demás las fallidas “Misión a Marte, 2000“ de Brian De Palma
o “Solaris, 2002“ de Steven
Sorderbergh evidencian el deterioro a que ha llegado el género.
Desde Spiderman al Capitán América,
pasando por Batman, Lobezno, Daredevil, Tintín, Hellboy o Hulk, casi todos los superhéroes
clásicos han llegado a la pantalla. Apenas “X-men,
2000“, de Bryan Singer y “El caballero
oscuro, 2008“, de Chistopher Nolan merecen una mención. El paroxismo de las
adaptaciones de cómic lo encontramos en la gratuitamente violenta y descarnada
“Sin City, 2005” que codirigen Robert
Rodríguez y Frank Miller, el propio autor del comic. En el reverso de estas
producciones y buceando en la mítica del lector de comic que llega a convertirse
en su protagonista se sitúa la excelente “American
Splendor, 2003” de Shari Springer Berman y Robert Pulcini, con un fenomenal
Paul Giamatti.
En el capítulo de grandes
recreaciones históricas han alcanzado gran predicamento las mediocres “Alejandro Magno, 2004“, de Oliver Stone,
“300, 2007” de Zack Snyder y “Troya, 2004“ de Wolfgang Petersen. Mejor
pulso narrativo y mayor atractivo ofrecen “Gladiator,
2000“ y “El reino de los cielos, 2005“
ambas del gran Ridley Scott.
Por lo que respecta a remakes de películas de aventuras o
ficción han prodigado unos cuantos realmente desafortunados como “Ultimátum a la tierra, 2008“, de Scott
Derrickson, “La guerra de los mundos,
2005” de Steven Spielberg o “El planeta
de los simios, 2001“, de Tim Burton. Decepcionante por más que espectacular
resulta el “King Kong, 2005“, del
neozelandés Peter Jackson.
En este género de la superproducción
aventurera pocos filmes han aunado espectacularidad y calidad. Las continuas
adaptaciones de las novelas de Harry Potter son un claro ejemplo de vacuidad.
Sin embargo Peter Jackson adapta a la pantalla la trilogía de “El señor de los anillos” de J.R.R.
Tolkien alumbrando tres obras maestras como son “La Comunidad del Anillo, 2001“, “Las dos Torres, 2002“ y “El
retorno del rey, 2003“. Los filmes captan a la perfección el espíritu de la
novela, y apoyadas en un sólido guión, una grandiosa puesta en escena y unas
interpretaciones ajustadas se han convertido en un clásico moderno.
El cine de aventuras ha mostrado su
profunda falta de ideas, su agotamiento temático y el uso reiterativo de
recursos de puesta en escena y temas. Baste citar la saga de “Piratas del Caribe” para evidenciarlo.
Pero de todo este caldo de cultivo emergen en ocasiones filmes excepcionales
como ocurre con “Master and Commander: Al
otro lado del mundo, 2003” de Peter Weir y con un sensacional Russell
Crowe. También cabe citar la entretenida “Apocalypto,
2006” de Mel Gibson.
En el ámbito del cine de acción han
proliferado múltiples películas, entre ellas el renacer de la serie de James
Bond, la del agente de la CIA Jack Ryan, creado por Tom Clancy y la misión imposible de Ethan Hunt. Sin duda
la que mayor nervio narrativo e interés ha tenido es la del agente de la CIA
creado por Robert Ludlum Jason Bourne, a través de “El caso Bourne, 2002“, de Doug Liman, “El mito de Bourne, 2004“ y “El
ultimátum de Bourne, 2007“ ambas de Peter Greengrass.
La última década debía ser la de los
directores de la generación de los 90, integrada por Tim Burton, Quentin
Tarantino, Joel y Ethan Coen, Steven Sorderbergh y Gus Van Sant, si bien sus
resultados han sido dispares y en general, irregulares. Tim Burton, plasmará en
sus filmes su personal universo figurativo, con su gusto por los temas
fantásticos, los cuales sujeta a un desmesurado barroquismo formal, a lo largo
de “Big Fish, 2003”, “Charlie y la fábrica de chocolate,
2005”, “La novia cadáver, 2005” o “Sombras tenebrosas, 2012”. En conjunto podemos
decir que su obra no ha cuajado. Quentin Tarantino, que fue el gran animador
del cine estadounidense en la década anterior nos entregó, con su personal
gusto por la violencia, “Kill Bill:
Volumen 1, 2003”, “Kill Bill: Volumen
2, 2004”, “Death Proof, 2007” y “Malditos bastardos, 2009”, películas de
notable interés.
Joel y Ethan Coen polarizan siempre
una atracción sobre su cine que se antoja excesiva a la vista de sus
resultados. Con “O Brother!, 2000“
firman una de sus más personales obras, a las que siguen la premiada “El hombre que nunca estuvo allí, 2001“,
la irregular “Crueldad intolerable,
2003“, las discretas “Ladykillers,
2004“, “Quemar después de leer, 2008“
y “Un tipo serio, 2009“, la brillante
“No es país para viejos, 2007“
adaptación de la novela de Cormac McCarthy y el esforzado remake “Valor de ley, 2010“
con un estupendo Jeff Bridges.
Steven Sorderbergh ha combinado como
nadie el cine comercial con el de autor. Películas como “El buen alemán, 2006“, o la saga que inicia con “Oceans Eleven (Hagan juego), 2001”
contrastan con filmes de gran factura como “Traffic,
2000”, “Erin Brockovich, 2000” o “Che: El argentino, 2008”, precisa
incursión en la figura del mítico guerrillero, perfectamente encarnado por
Benicio del Toro.
Gus Van Sant es sin duda el autor
más polémico de su generación, el que más controversia ha generado con su cine,
y del que más ha sido puesto en entredicho su talento. Baste recordar sus
filmes “Mala noche, 1985“, “Drugstore cowboy, 1989“ o “Mi idaho privado, 1991“. Sus personales
filmes “Descubriendo a Forrester,
2000“, “Elephant, 2003“, sobre la
masacre ocurrida en el instituto Columbine, “Last days, 2005” inspirada
en los últimos días del grupo de rock Nirvana,
“Paranoid Park, 2007“ o “Mi nombre es Harvey Milk, 2008“
biografía del activista político homosexual, causan igual adhesión que rechazo,
pero siempre resultan convulsas e interesantes.
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